La escoba y el barrilete

“Fue un verdadero golazo, una ráfaga de inspiración
digna de figurar en la antología de los grandes impactos
que hayamos visto en 35 años de fútbol…”
(Juvenal, mayo de 1968)

Por Pichuko
(volando alto)

Las imágenes televisivas dan cierta veracidad que nos permite acercarnos a los hechos que ocurren en una cancha de fútbol. Pero su ausencia o imperfección enfrentan al hincha en el tablón ante momentos únicos, irrepetibles. Son esos relámpagos de fútbol que en el mejor de los casos se reproducen en instantáneas o dibujos, pero que tienen en los afortunados testigos a los encargados de esparcir lo que serán futuras leyendas.

El gol que Juan Ramón Verón le propinó al Palmeir*s en 1968 jugando en 1 y 57 ingresa en ese grupo de conquistas (el único registro fílmico sólo muestra la definición de la jugada) inmerso en circunstancias que le dan un tinte notable: era una final de Copa Libertadores, faltaban 7 minutos y Estudiantes perdía 1 a 0.

Y no está demás recordar las palabras de Mercurio de cómo había llegado el gol visitant* (Servili*) a los 29' del primer tiempo con la complicidad del árbitro Marin*: "El linesman Vicuñ* levantó la banderita antes de que le llegara la pelota al 9 paulista y hasta jugadores albirrojos se aquietaron descontando la anulación. Pero el anciano juez consultó con el línea chileno y ante el asombro y la indignación general, volvió a señalar el centro de la cancha. Un verdadero despojo. Un robo. El hándicap de ese tanto pareció mellar un poco la eficacia platense y la nerviosidad afectó al team. Sin embargo, desde el punto de vista local hubo un hecho sintomático: la tribuna no tomó a la tremenda el error de Marin*, guardó compostura, como si la fe se mantuviera incólume".

Sin dudas, esa fe tenía fundamentos: la entrega total de los jugadores a través de una ofensiva sostenida más en la fuerza y el fervor que en la exquisitez, con las que se habían concretado varias llegadas. En la primera etapa hubo tres de Conigliaro y otra del Bocha Flores; en la segunda, un violento disparo de Pachamé, otro de Fucceneco después de un centro de Ribaudo y un remate de Lavezzi en el travesaño.

Los planetas parecían alineados para perjudicar al Pincha, pero haber sufrido un gol en offside y tantas ocasiones desperdiciadas no deterioraron el espíritu de los bravos hombres de Zubeldía. Y esa lucha, ese esfuerzo, esta vez no sería retribuido por el laboratorio, tan útil y copiado como criticado, sino con la genialidad de uno de sus jugadores.

Juan Ramón Verón no había tenido una buena noche y al promediar el st decidió tirarse a la derecha (¿orden del Zorro?). Minuto 38: a la altura de la línea media del Palmeir*s le llegó un pase de Madero y desde allí inició una larga carrera con slalom que se me ocurre definir tan veloz como eterna (click para ampliar la secuencia de fotos) para quienes atestaban los viejos tablones.

Dieciocho años más tarde, ese gol será prácticamente calcado en el Mundial de México. Son pocos los que recuerdan la similitud de ambas conquistas. ¿Será que el deslumbrante barrilete cósmico surcando los cielos aztecas impide ver a la vieja escoba de la Bruja tirando de él?