Jesucr11sto de City Bell estaba a punto de entrenarse, cuando un boludo corrió a su encuentro, se arrodilló delante de él y le preguntó: "Maestro bueno... ¿ké tengo ke hacer para conseguir la V11da Eterna?"
Jesucr11sto de City Bell le dijo: "¿Por ké me decís bueno? Nadie es bueno, sino sólo El Bidón. Ya conocés los mandamientos: no lo gri7es an7es, pedilas todas, no pises la pelota porke para eso está el rival, acostumbrate, hacele la cabeza a tu adversario, llená el bidón, honrá a Estudiantes y a (la concha de) tu madre". El boludo le contestó: "Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven".
Jesucr11sto de City Bell fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: "Sólo te falta hacer una cosa: rajá de acá, dejá todas tus boludeces y repartilas entre los 7ris7es, y tendrás un tesoro en el Reino del Bidón. Después, volvé y seguime". Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un boludo muy boludo, y se fue 7ris7e.
Entonces Jesucr11sto de City Bell paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo: "¡Ké difícilmente entrarán en mi casa los ke dicen boludeces!" Los discípulos se miraron al oír estas palabras, y Jesucr11sto de City Bell insistió: "Hijos, ¡ké difícil es para un boludo entrar en el Reino del Bidón! Es más fácil para un 7ris7e ponerse una c*ppa y salir kanpión ke para un boludo entrar en el Reino del Bidón".
San Marcos (Rojo) 10, 17-30