El renunciamiento

Por Pichuko
(firme en su puesto)

El año 1969 se va despidiendo. Es 30 de diciembre y los viejos tablones de 1 y 57 -mudos testigos de tanta gloria-, se van poblando. Sobre ellos se ubica la multitud de siempre. La excusa es un partido por la Supercopa frente a Peñarol de Montevideo. La razón: el último partido de Raúl Horacio Madero, quien comenzaría a desarrollar su otra pasión: la medicina.

Y la despedida tenía que ser con su jerarquía, con esa distinción que tanto le dio al Estudiantes de esos años: promedia el primer tiempo y surge un tiro libre en la izquierda del ataque pincha, sobre la posición de Verón. El grito que cae desde la tribuna ¡Madeeero! ¡Madeeero! Y el tordo se somete al pedido del pueblo pincharrata. Coloca la pelota y con la justeza de siempre su zurda exquisita envía el balón largo. En la altura pasa Conigliaro primero, la Bruja después y al fondo, ya sobre el final, la clava Verde con un frentazo abajo. Una despedida que llevaría su marca, una marca indeleble.

Una vez terminado el partido, la postal lo muestra llevado en andas por sus compañeros, vitoreado desde la tribuna. Ese hombre conmovido por tanto afecto es contenido como un padre por don Osvaldo y sólo puede atinar a levantar los brazos como signo inequívoco de agradecimiento hacia la hinchada antes de desaparecer por el túnel. Pero lo verdaderamente importante vendría un par de horas más tarde, en la despedida íntima junto a sus compañeros, donde las palabras serán tan precisas como su pegada. El monólogo de despedida será toda una declaración de principios:

“Me voy del fútbol por una decisión que ya la he meditado profundamente… pero no me voy de Estudiantes. Cuando llegué al club, yo era otra persona, que vivía con otra filosofía, muy equivocada… pensaba entonces que la vida giraba nada más que en torno mío, que yo era importante y por eso reconozco que en algunas actitudes hasta llegué a incurrir en egoísmo. Pero aquí me enseñaron todo. Me enseñaron a vivir, me enseñaron a sentir, a saber lo que es entregarse al sacrificio de una empresa colectiva… A despojarme de mi egolatría, a igualarme al nivel de todos… Por eso, ahora que dejo este grupo extraordinario con Zubeldía a la cabeza, sé que me voy transformado en otro hombre. Un hombre mejor, una persona distinta, amplia, generosa, que alcanzó a comprender toda la importancia de la amistad y de los afectos que se crean en la vida de todos los días…Yo sé que por todo eso no me voy a ir de Estudiantes. Que seguiré fundido a todos los recuerdos que me juntan a todos ustedes, a todas las contrariedades que sufrimos, a todas las alegrías que festejamos… Un gran abrazo para todos y créanme que les agradezco todo lo que han hecho por mi… Las horas que viví en Estudiantes serán las que mejor recordaré en toda mi vida… Y Estudiantes será otra vez campeón porque tiene este grupo de muchachos que siempre estarán para ponerle el hombro a la contrariedad… hasta siempre a todos”.

Ese es Raúl Horacio Madero, eso es Estudiantes de la Plata. Y el club, en el año que estaba por iniciarse, volvería a ganar la Libertadores.