Investment control

Por Larecódetuma
(bijilante all'uso nostro)

No pudo ser. Más te diría: esto no podía ser nunca, pero las cosas van, van y van... y me gustan!

En la vidriera del show business quedan feas algunas cosas. Porque quienes las ponen tienen que hacer rendir su inversión, no se aceptan heroicidades ni locuras. Esos emiratos que todo lo compran, yendo de shopping al lugar donde casi todas las cosas se compran, es tan sólo un Las Vegas autoritario, que nada sabe de esa rareza gringo-argentina del “club-familia”; de toda esa grandeza de amores, legado difícil de entender que trasciende generaciones. Otro idioma, otra lógica, otro todo; la de esos miles de dementes, coloreados de sangre y de pureza, que coreaban cosas con pleno sentido (decían claramente tal, tal y tal cosa), con pertenencia absoluta e incondicional a un cariño que les viene directo por adn.

Nada del griterío ululante de ese incomprensible bufandismo europeizado, millonario de millones, que sólo sabe de numéricas asimetrías y de adquirir por adquirir... incorporando pudientes regordetes alrededor del mundo y que, obviamente, “maneja a los que manejan”. Amor en estado puro, en un acerado contorno delineado por anónimos “fondos de inversión”.

Comprame la play

Artificioso engendro, este lejanísimo reino de la taraska, donde se adquieren cuestiones que uno las entendía de otro modo. Donde ese juego que nos convoca no es más que una playstation de carne y hueso; un sofisticado juguete del jeque que aquello que le gusta lo quiere comprar para sí. Aséptico reducto donde los mercaderes europeos (de siempre) venden sus millonarias baratijas a aquellos bestiales beduinos, hoy educados en Oxford. Allí donde el duro metal de la moneda encapsula aquel “juego de hombres”, para hacer pesar el poder de los millones; donde se procura disminuir al mínimo el peso de las heroicidades, esas que son una mera “falla del sistema”... evitables mediante los diversos mecanismos arbitrales o el típico juego de las megacompras y los sueldos hipermillonarios. El lavado que da para cualquier cosa. Y más vale que se lave así, con la mirada falsariamente atenta de cuatro sheiks, dueños (presentes y futuros) de todo lo que les quieran vender.

Intermediada por frígidos gerentes comerciales que manejan al detalle todas las claves del intercambio comercial, donde la mercancía fóbal siempre garpa, la opulenta aristocracia teocrática hace lo que se supone debe hacer en el mundo ultrasofisticado de las finanzas internacionales; manchando con pestilente crudo ese útil que nosotros, en la vieja cultura del club social, entendíamos del otro modo.

El sindicato de la conversación

No más partidos de ida y vuelta, donde once leones pudieran ser capaces de meársele de risa, en la jeta, a ese destino supuestamente manifiesto por parte de “esos ellos”. No, no... nada de eso. Las viscisitudes, desde el partido único nipón y hasta esto del “torneo corto”, que resultan cada vez más "controlables" hasta el hartazgo. La paradoja del frío concepto mercantilista, en las arenas abrasadoras del desierto de alquitrán. Del equipo que indefectiblemente acumula millones y millonarios, contra el que debe desprenderse de jirones, con cada uno de sus golpes de gloria.

Una experiencia plena de bemoles, de corroboraciones y de amor; desde el frío cachetazo del billete hasta la lujuria inconfesable (e inentendible en ciertas alcantarillas de nuestras diagonales) del dignísimo y honorable papel... de la “conversación frente a frente”, en ese club al que se debe acceder muy de a poco, sin la ayuda de nadie (o más bien con la contra de todos).

Localidades,
continentalidades,
intercontinentalidades

Habiendo explorado las fronteras -esta Copa lo fue- las conclusiones deberían capitalizarse para entender perfectamente sobre lo probable, lo posible y lo que aún es impracticable... para hacer obvio lo primero, no fallar en lo segundo y no claudicar ante lo tercero.

Modelo europeo... chè facciamo?

No todo es desechable, en lo que atañe al bufandismo que -en principio- tiende a ofendernos. No todo lo de ellos es malo y mucho también es, reconozcámoslo, inevitable. Más aún sabiendo que el taraskismo de pacotilla argentino, instalado desde hace casi 80 años entre nosotros, brinda la sensación de que con un poco de seriedad, organización y liderazgo, sostenidos en el tiempo, uno puede quedarse con todo... mientras los enormes paquidermos se aletargan, tomando el agua barrosa del pozo.

Se impone bidón, con alguna traza (bien recóndita) de bufanda bien empleada, como para poderse financiar. Así el modelo del que hablábamos en su momento, encarnado hoy por hoy en las ideas de El Mejor, no sólo es posible, sino que además resulta impostergable. Será la clave para obtener esas cosas que nos importan, en el frío mundo de los espejitos de colores. Ese mismo que no duda en perdonar un planchazo criminal a cambio de un par de puntitos de rating.