“Síntesis del volante-defensor-atacante
al máximo grado de generosidad en la entrega.
Cien piques de arco a arco en un mismo partido”
(El Gráfico 1967)
Por Peechookou
(archivero inglé)Hace seis días que el grupo está en
Manchester y faltan pocas horas para el partido. Al mediodía el
Zorro pega el cartel de la charla: “
Togneri encima a Charlt*n,
Bilardo junto a Crer*nd,
Malbernat sobre B*st…”; más abajo, el resultado y el desenlace “Estudiantes 1 Manchester 1. Estudiantes Campeón del Mundo”.

Llueve.
Juan sufre porque no juega. Hace mucho que está parado y sabe que
Ribaudo está mejor. Recuerda sus inicios en
Tráfico Old Boys con apenas 10 años, parece tan lejano eso. Cuando participar de una final así ni siquiera entraba en un sueño. Falta una hora para el inicio y Zubeldía -con ese tono apacible que lo distingue-, les pide a todos que salgan a reconocer el terreno. “La jugada de Osvaldo fue la de un maestro”, reconocería
Poletti tiempo después. Es que la ausencia de alambrado olímpico era desconocida por los jugadores y el cuidado que el técnico mostraba en los detalles anímicos lo revelaban como un adelantado. Los muchachos fueron hacia ambas áreas, oportunamente más embarradas que el resto de la cancha por los ingleses; sacaron unas fotos casi junto al público, que no paraba de insultarlos y gritarles ¡animals!, para volver con una sonrisa socarrona a ultimar detalles para el match. Sin dudas ya había pasado lo peor.
Los músicos y bailarines escoceses se retiran, 19.40 horas. Ambos equipos asoman juntos al césped de
Old Trafford para arrancar cinco minutos después.
Juan se acomoda en el banco de suplentes, con la misma seriedad del resto, no puede dejar de repasar su infancia. Como un relámpago, se acuerda del taller de óptica del pueblo, estaba en sexto grado y las necesidades familiares necesitaban más de un trabajador que de un alumno.
Se inicia el partido. El Zorro supone fundamental aguantar los primeros 20, porque los ingleses se vendrán con todo. No fue necesario. A los 7 la apertura del marcador, el laboratorio presente. “Fue una jugada preparada”, recuerda la
Bruja, “
Madero tiraba el centro desde la izquierda, mis compañeros hacían cortina y yo entraba limpio por atrás. Salió perfecta, la crucé al segundo palo”. La certeza de los británicos choca pronto con esa realidad llamada
Estudiantes de La Plata. Y la ilusión que parecía palpable demostró ser sólo una apariencia, un invento. El hasta entonces sólo
Campeón de América cede la pelota, pero mordiendo, corriendo y metiendo para que las llegadas sean desprolijas e incómodas. Apuesta al contraataque y, por momentos, hasta maneja el trámite. Los primeros 45' se diluyen entre el nerviosismo de los locales y la solvencia de todos, particularmente la de Poletti.

En el entretiempo,
Zubeldía aprovecha para que se recuperen del esfuerzo y repasa algunos conceptos. Pero también les da el último envión anímico antes de volver “Les recordé los miles y miles de hinchas que esperaban la hazaña, los que se habían venido gastándose toda la plata que tenían. Y también que recuerden a sus novias, esposas, hijos y padres”. Salieron como leones.
La segunda parte empieza comprometida. Sadl*r abandona su puesto como segundo central y se suma a Crer*nd y Charlt*n en el medio, complicando la tarea de Bilardo y Togneri. Después de estudiar la situación, el
Zorro advierte que era el momento de Juan. Ingresa por
Ribaudo a los 26' y colabora para neutralizar el problema. Trabaja en las dos áreas: primero en una combinación con Verón a los 30' que sale desviada y otra al final sacando de cabeza una pelota de gol cuando los volantes ya se confundían con los defensores. Sobre la hora, y cuando Estudiantes se llevaba el triunfo, un gol en offside les permite empatar a los ingleses. Y entre el griterío enfervorizado se cuela la última arenga de Zubeldía: “Aguanten muchachos, que sólo falta que venga a patear la reina”. La ironía da paso al final del partido para convertirse en locura.
Curiosamente la noche en
Lymm fue apacible. Los flamantes campeones del mundo habían desatado la fiesta en el césped de
Old Trafford. Y allí quedó. No había brindis ni descontrol, un grupo hizo una ronda de mates cebada por
Fucceneco mientras se hablaba del partido. Otros se fueron a sus habitaciones. Ninguno durmió. Y en la suya estaba Juan. Que es
Echecopar, que seguía recordando su pasado: la humilde casa familiar, la llegada con sólo 15 años a Estudiantes desde su
Pergamino natal, la vida en la pensión, el entrañable
Miguel Ignomiriello, el inolvidable gol a B*ca, el casamiento a principios de año… sin dudas, la fecha tenía algo especial. No eran caprichosos los recuerdos. Se había convertido en campeón del mundo, y era el mejor regalo que podía recibir: ese 16 de octubre cumplía 22 años.